La tarea del abogado


Respecto del contenido ético de las dos clases de leyes –las del derecho positivo y las del derecho natural–, enfocado desde otro ángulo se traduce también en dos clases: la ley moral y la ley del embudo. 

La ley nació complicada. Tiene que ver con la ética (con el deber ser) y en filosofía siempre va a salir un sujeto que dice: “Yo opino que no, porque...”. Una vez creada, en la corte, otra vez a discutir: que no todo lo legal es moral, que el espíritu de la ley dice... etcétera. El abogado está en el medio, bailando en la cuerda floja, y para no quedar atrás, agrega el expediente.
Por todo esto, el consenso de la gente opina que se trata de una persona que complica lo sencillo; que por cada 10 abogados que hay en la Argentina, hay uno en Japón; que cada vez que se funda una universidad aquí, de entrada se pone Derecho, Periodismo, Ciencias Sociales y otras en las que no hay que gastar en tubos de ensayo, ni en gabinetes de física ni en otras maquinarias.
Pero en el Día del Abogado, que se celebra justamente hoy, 29 de agosto, en homenaje al nacimiento de Juan Bautista Alberdi, vamos a hacer de abogado del diablo en la cuestión: dicen que Hegel dijo que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Alguno lo debe haber dicho antes, pero molestó. Sin embargo, podemos parafrasear la sentencia así: cada país tiene el número de abogados que se merece.
Malos ejemplos. Analicemos esto con los pies en la tierra, o mejor, en la vereda. Inspeccionemos el casco chico de Córdoba. Nos introducimos en una propiedad horizontal destinada a viviendas. Un porcentaje no paga los gastos comunes. Se le inicia juicio, a los dos años es condenado a pagar las costas. Realiza un manipuleo de papeles y su letrado consigue que las abone en cuotas. Paga las dos primeras y luego sigue viviendo de los vecinos por otros dos o tres años. No hablemos de la humedad en las paredes o techos, en lo cual el vecino hace oídos sordos a los reclamos.
Vayamos al tránsito. Una foto panorámica de una avenida en Japón muestra un embotellamiento.
Ningún vehículo pisa las líneas blancas de los seis carriles. Entre nosotros, el conductor no respeta al peatón y viceversa. Y mejor no comparemos a un argentino y un japonés (o un vienés) cuando hallan una billetera con dinero en la calle.
El expediente es una fuente de trabajo inventada por Felipe II de España en el siglo XVI. Escrupuloso y trabajador, quería resolver todas las causas provenientes de Europa, África y América. Se le fueron atrasando y ordenó que las anotaran en papelitos, los que, a su vez, se fueron amontonando. Así inventó primero el cajoneo y después el expediente. En nuestro país, hemos invertido el orden: inventamos un expediente y después lo cajoneamos. Dos consecuencias se deducen de ello: 1) dicho meter en el cajón perjudica a la mayoría y sólo beneficia a “los ratas” y a las ratas; 2) el cajoneo engendró dos clases de abogados: los que conocen la ley y los que conocen al juez.
Siempre llegamos a la misma deducción: cuanto más mala es la gente, más buenos (léase competentes) tienen que ser los abogados. Entre nosotros, el contenido ético de las dos clases de leyes –las del derecho positivo y las del derecho natural–, enfocado desde otro ángulo se traduce también en dos clases: la ley moral y la ley del embudo.
El tema nos recuerda a la joven que en un juicio oral acusó a su jefe de acoso sexual, con palabras que no se animaba a repetir en público. Se le permitió que las escribiese. El papelito fue pasando de mano en mano por los miembros del jurado. Llegó a una mujer que lo leyó y, al intentar pasarlo al integrante que se hallaba a su lado, notó que estaba profundamente dormido. Lo despertó de un codazo y se lo entregó. El sujeto lo leyó, le sonrió y se lo guardó en el bolsillo.

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