Una verdadera justicia


Dos acepciones principales tiene la palabra justicia: desde su vertiente social, la justicia representa el combate contra la pobreza; en el contexto de un sistema republicano de gobierno, la justicia es el poder que castiga el delito y la impunidad. Llevadas esas definiciones a nuestra vida práctica, ambas formas de justicia están amenazadas por la decadencia argentina de la hora actual.
Los síntomas de nuestra decadencia social son fácilmente reconocibles por el observador imparcial, pero no resultan igual de evidentes para los ciudadanos que vivimos, como la rana de la fábula, en una olla de agua que se calienta lentamente. Cada día que pasa perdemos un poco más de vista que el sistema republicano está al rojo vivo debido a las altísimas presiones políticas que soporta. El poder de turno ha vuelto a olvidar que la misión del gobernante es favorecer un ambiente de concordia y parece decidido a provocar fricciones permanentes que caldeen la atmósfera social argentina hasta volverla irrespirable. El oscuro manto de cenizas volcánicas que ha ocultado los cielos del país es la metáfora perfecta del cansancio moral de los argentinos. No vemos la realidad que nos rodea de puro estar inmersos en ella.
El desorden público, la inseguridad, la pobreza vergonzante, el crimen organizado, el incumplimiento de los fallos judiciales, las campañas de desprestigio y persecución desde el Estado, la negación del debate de ideas, el despilfarro de los fondos públicos, la degradación de la educación y la corrupción más obscena conforman un panorama de decadencia que nos debería hacer saltar de inmediato de la olla que está a punto de hervir, pero no lo hacemos, anestesiados por la sensación de que todo vale y de que la impunidad es absoluta.
La impunidad corroe las defensas de la sociedad argentina y bajo su nefasto influjo nos acostumbramos a que este estado de cosas, un aciago preludio del caos social, es el estado normal. La ausencia de justicia nos sofoca pero no nos damos cuenta a pesar de que la temperatura del agua aumenta día a día.
Si la impunidad ocupa el centro del escenario, la pobreza golpea a millones de ciudadanos, convertidos en meros espectadores del drama argentino. Los años pasan y la miseria crece en el país a niveles indignos. La justicia social retrocede cada día en proporción directa al retroceso de la capacidad de impartir justicia de los tribunales. En la Argentina, la justicia no es ciega por afán de ser imparcial sino como estratagema política para ocultar la pobreza y la impunidad.
El abuso del poder ha sido la norma de los gobiernos peronistas; llaman gobernabilidad a lo que es autoritarismo, sumisión a la caja central y desprecio del Congreso. En esta línea de ultraje a la vida republicana, el peronismo atenta contra la independencia del Poder Judicial. Contrariamente al aura de gobernabilidad que autoproclaman, luego de años en el poder los gobiernos peronistas son la causa de crisis profundas, de cuyas consecuencias luego se sienten ajenos, olvidando que han sido la fuerza política predominante desde 1945.
La amenaza presente es que continúe el deterioro de los frenos institucionales que garantizan la vigencia del sistema republicano hasta provocar una lucha de facciones de consecuencias trágicas. Y a la par, un descenso todavía más pronunciado en los abismos de la injusticia social.
En la Argentina, el imperativo de la hora es una revolución cultural contra la decadencia que ha engendrado el uso abusivo del poder. Y para ello, en una República democrática sólo existe una receta civilizada: justicia para todos.

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